La cocina de Tailandia
La cocina indígena varía muy poco. Los tailandeses son muy sobrios: unos cuantos granos de arroz cocido con agua, sazonada con una salsa curcie y trozo de pescado putrefacto; ya tienen ustedes su comida.
La serpiente boa es un bocado muy apreciado, pero, no tanto como el kapi: una pasta de color morado, confeccionada con huevos de quisquillas en putrefacción.
Ambos sexos son golosísimos y engullen grandes cantidades de dulces y confituras poco apetitosas.
Los tailandeses, en oposición con sus vecinos los chinos, son poco aficionados al cerdo; de vez en cuando consumen pollo, pero el alimento cumbre es el pato laqueado: el pato, abierto como un libro y bien aplastado, es secado al sol; tiene la apariencia (y nos figuramos que el sabor) de una suela de zapato usado. Dicha ave tiene, además, que haber sido muerta por un chino, pues los tailandeses, después de los tibetanos, son los más fieles observadores de la ley de Buda, que prohibe sacrificar ninguna vida. Para no pecar no matan los peces, los dejan morir.
Como bebida, los indígenas no consumen más que té y el agua helada. En cambio son grandes fumadores de opio y tabaco e infatigables masticadores de betel.
En Tailandia no se consume apenas el alcohol ni otras bebidas fermentadas.
Los europeos, y al decir europeos incluímos a todos los de raza blanca, consumen muchas conservas, pescados frescos —de los que hay gran variedad—, corderos importados de Singapur y Australia.
También hay leche de vaca; pero es necesario importar el forraje para alimentarlas, pues en ese país no existen pastos apropiados.
En cambio, como en toda la Indochina, pululan los volátiles: pollos, patos, pintadas corren por doquier, y en ciertas épocas del año hay buenas codornices y caza variada.
La fruta abunda y es exquisita: plátanos, mangos, cocos…
En todas partes, por miserables que sean, beben el agua helada.
La nota molesta de este país son los bonzos, que suman millares y que todo el día andan pordioseando por las calles y caminos, y como todos los hombres, desde los veinte hasta los veintidós años, están sometidos a esa regla, puede figurarse lo desagradable de la costumbre.
Si los menciono es para contar lo siguiente: antes de beber filtran el agua a través de un lienzo. Y ¿saben ustedes para qué? Pues para no tragarse las almas de los antepasados.
Esta amena y desenfadada Historia de la Gastronomía que contiene infinidad de anécdotas y glosas sobre platos y alimentos, constituye una divertida aportación de María Mestayer de Echagüe —más conocida como la Marquesa de Parabere— a la historia de la cocina y de la alimentación. Este libro que era objeto de búsqueda por parte de bibliófilos y coleccionistas nos muestra las influencias e inquietudes que impulsaron a la Marquesa de Parabere a la realización de su magnífica y decisiva aportación a la cocina española.
Todas las obras de la Marquesa de Parabere destacan por su afán didáctico así como por su sentido práctico. El libro que tiene el lector en sus manos es el mejor exponente.