Dos anécdotas madrileñas del año 1938
Unos amigos míos entraron en una taberna y vieron unos trocitos blancuzcos nadando en una salsa.
Mis amigos —matrimonio y una hija de cinco años— estaban hambrientos, cosa corriente entonces; se echaron y devoraron las «casitas blancuzcas», bebieron su consabida copita de vino blanco y preguntaron, llenos de curiosidad, qué era lo que habían comido. La tabernera les contestó «que no lo sabía».
Tal vez lo supiera de sobra…
SEGUNDA ANÉCDOTA
Una parienta mía, no tan hambrienta, pero lo suficiente, entró en un bar y comió una cosa que estaba en una cazuelita de barro; claro que hubo de tomar la consabida copa de vino blanco, sin la cual no había tapa; lo de la cazuelita no le supo mal, y a la mañana siguiente envió a su doncella por cuatro raciones de «eso», y, claro está, por cuatro chatos también.
La doncella fuése al bar indicado y se lo halló cerrado; pegó sendos puñetazos en la puerta, y oyó lo siguiente: «Hoy no abrimos, estamos matando ratas».
¿Qué comió mi pariente? ¡Misterio!