Anécdotas gastronómicas sobre algunos romanos
El emperador Claudio era un maniático de la comida, y para que se vea hasta dónde llegaba su locura cuéntase que un día se hizo transportar a toda prisa al Senado, donde entró gritando: «Padres conscritos, decidme: ¿concebís la vida sin tocino magro?».
Los senadores a lo primero quedaron sorprendidos, pero pronto se dieron cuenta de la importancia de la pregunta, y tras un momento de reflexión convinieron al unísono que, en efecto, uno de los mejores goces de la vida era el tocino magro.
Otro día que Claudio estaba en el estrado, pues es sabido que le gustaba actuar de juez, de pronto interrumpió al abogado defensor, exclamando:
—¡Oh, amigos míos! ¡Qué cosa tan suculenta, pastelillos rellenos! Los comeremos en la cena.
Los dioses le concedieron morir tan dignamente cual había vivido: murió glotonamente de una indigestión de setas. Dice, dice, la leyenda que para provocar el vómito le hicieron cosquillas en la garganta con una pluma de ave, pero añade que la pluma estaba… envenenada.
* * *
Mucho se ha disertado sobre Lúculo y sobre los miles de sestercios que le costaban a diario sus banquetes…
Y dice la crónica que según el salón donde tenía lugar el banquete así costaba él. Dícese que un día Cicerón y Pompeyo se presentaron de improviso en la mansión de Lúculo y se invitaron a comer, pero advirtiendo que no querían se hiciera por ellos extraordinario alguno.
Lúculo llamó al mayordomo y le dijo sencillamente:
—Sírvenos en el salón de Apolo.
El mayordomo sabía que el coste del cubierto en el salón de Apolo era de veinticinco mil sestercios (unas seis mil pesetas actuales), es decir, el más sencillo, ya que era lo mínimo que gastaba por comensal. Lúculo quiso complacerlos y les dio una comida mezquina[199].
Otro día Lúculo, por casualidad, no tenía invitados. El cocinero le pidió la orden.
—Estoy solo —dijo Lúculo.
El cocinero pensó que un cubierto de diez o doce mil sestercios (dos mil quinientas pesetas); sería suficiente; por tanto, actuó en consecuencia.
Cuando terminó de comer Lúculo llamó al cocinero y le reprendió severamente por la mezquindad de la comida.
—Señor —dijo el cocinero disculpándose—, estaba usted solo…
—Justamente los días en que como solo son cuando más se han de esmerar —replicó el romano—, pues ese día Lúculo come en casa de Lúculo.