Dos opiniones inglesas sobre la Corte de Versalles
Horace Walpole[20] nos describe un baile de Corte en Versalles en el año 1775. Esta fiesta, a la que asistió, solemnizó el casamiento de madame Clotilde, hermana de Luis XVI, con el príncipe de Piamonte, hijo del rey de Cerdeña. (Esta madame Clotilde era tan enormemente gruesa que la llamaban los cortesanos Grosse madame, o sea Madame la «gorda»).
Dice así Walpole:
«La noche pasada me introduje en el baile y como tengo buenos amigos, éstos me acomodaron en el “banco de los embajadores”, justamente detrás de los soberanos y de la familia real. El baile tenía lugar en la sala de espectáculos[21], donde el gusto supera a la riqueza…
»Se bailaron ocho minués. No había belleza en las damas, la reina las superaba a todas. Después de los minués se bailó contradanzas, muy obstaculizadas por las colas larguísimas y los enormes miriñaques. Durante los descansos se ofrecía a los contertulios inmensas canastillas llenas de melocotones, naranjas y mandarinas, así como bizcochos, helados, agua y vino. El baile tan sólo duró dos horas…».
Aquí sí que se nota diferencia con nuestras costumbres actuales. No se nos ocurriría nunca repartir canastos de fruta en un baile, en cambio, sí comida sólida: fiambres, sandwichs, etcétera; como dulces: pastas, tartas, dulces, y como bebida… Bueno, de eso es mejor no hablar.
Arturo Young, otro inglés, describe a su manera la ceremonia de la imposición de la Orden del Saint Esprit al duque de Berry en Versalles en el año 1787. Después de la ceremonia se verificó la comida del rey, que, según costumbre, tuvo lugar en público.
«El rey —dice Young— estaba sentado; sus dos hermanos, a ambos lados, y por su tiesura e indiferencia bien demostraba su descontento por no haber ido de caza…
»Después de la ceremonia, el rey y los caballeros del Saint Esprit se encaminaron a una sala donde estaba preparada la comida del rey; al paso saludamos a la reina (María Antonieta).
»…Su Majestad (que, entre paréntesis, es la mujer más bella que he conocido) recibía los homenajes que le rendían de muy distintas maneras, según de quien provenían; a unos saludaba, con otros hablaba, había a quien contestaba con frialdad y había también a quien tenía a distancia…
»Esa comida del rey, presenciada por quien quería, pues en estando decentemente vestido no se niega la entrada a nadie, es más singular que magnífica.
»La reina se sentó a la mesa, pero no probó bocado…
»Para mí hubiera sido una comida detestable. No concibo cómo los soberanos no dan un escobazo a todas estas absurdas fórmulas. Pues si los reyes no pueden comer a gusto, como sus súbditos se ven privados de muchos placeres, etc., etc.».