Luis XVIII, gastrónomo

María Mestayer de Echagüe
«Marquesa de Parabere»

Luis XVIII, gastrónomo

Luis XVIII[92] era de un sibaritismo que llegaba a la exageración.

Las chuletas no bastaba con asarlas sobre un lecho de brasas cuidadosamente preparado, sino que, emulando al «chateaubriand», había que emparrillarlas protegidas por otras dos chuletas que hacían las veces de tapas aisladoras; es decir, que por cada chuleta que comía había que estropear otras dos; y al descubrir por sí mismo la fuente honda donde venían y al coger la chuleta del medio se escapaba un delicioso jugo y se esparcía por la mesa un aroma delicado; las dos tapas no las aprovechaba.

Los hortelanos[93] se asaban introduciéndolos dentro de perdices forradas de trufas.

Tenía un degustador para las trufas que habían de servirse en su mesa, y M. Petit-Radel, bibliotecario del Institut, era el que le elegía los melocotones.

Luis XVIII no se hacía ilusiones, y con dolor de su alma veía cómo decaía la gastronomía francesa.

«Doctor —le dijo un día a su médico de cámara, Corvisant—, la gastronomía se muere, y con ella los restos de nuestra vieja civilización. Antaño, la Francia estaba repleta de gastrónomos; pero la Revolución, nivelándolo todo, los ha hecho desaparecer. Se acabaron los financieros, los abates, se terminó todo».

Luis XVIII, gran gourmet, despreciaba profundamente a su hermano Luis XVI, pues decía de él que era voraz y que al comer tan sólo cumplía un acto brutal.

En efecto, Luis XVI, cuando tenía hambre, había de comer, y cuanto podía ocurrirle de bueno o de malo, no afectaba a su apetito.

El fatídico 10 de agosto, último día de la Monarquía, en que tuvo que refugiarse, él y su familia, en el seno de la Convención, de pronto sintió ese ansia de comer que le dominaba, y, pese a los ruegos de la reina, pidió imperiosamente la comida.

La reina, desolada, insistía para que no diera ese espectáculo de despreocupación y glotonería, mas no hubo medio de hacerle desistir: él «quería comer»; le trajeron un pollo asado y pan, y sin prestar atención a la discusión en que se jugaba su vida y la de los suyos, se comió pollo y pan hasta no dejar rastro de ello.

Tan sólo pensando que era una anomalía de su naturaleza puede disculparse tanta inconsciencia. Estaba atacado de bulimia.