Lo que comía Luis XVI en la prisión del Temple
Para mejor comprensión de lo que sigue daremos unos breves datos sobre Luis XVI y su familia.
El 10 de agosto de 1790 el palacio de las Tullerías, residencia entonces de los reyes de Francia, fue invadido por las turbas armadas. Para no caer en sus manos, Luis XVI se refugió en el seno de la Asamblea Nacional. Ésta, después de dos días de deliberaciones, constantemente interrumpidas por los denuestos y amenazas de insurrectos, decretaron su encarcelamiento, así como el de sus familiares.
Los encerraron en el torreón del Temple, local que no reunía condiciones, ya que databa del tiempo de los Templarios, Orden Militar disuelta por Felipe IV (1307), a fin de apropiarse sus inmensas riquezas. Pegado a la torre había un palacio propiedad del príncipe de Conti (Barbón Conti), primo del rey.
Parece que la desdichada reina María Antonieta presentía su desgracia, pues más de una vez dijo que la vista del Temple la desagradaba, e instaba para que dicha torre fuera derruida.
La familia real prisionera componíase de Luis XVI; de su esposa, la reina María Antonieta; del Delfín y de madame Royale[80], hijos de ambos, y de la hermana del rey madame Elisabeth[81].
Mientras vivió Luis XVI no se les escatimó gran cosa ni para él ni para su familia; no fue así después de guillotinado, pues inmediatamente la reina y las princesas fueron tratadas con todo rigor, como a vulgares presas (y aún peor), sometidas al régimen común, y en cuanto al Delfín, fue arrancado de brazos de su madre y entregado al zapatero Simón, a la sazón conserje del Temple, a quien se encomendó su custodia…
Como este libro es esencialmente gastronómico, no me extenderé más sobre los infortunios de la desdichada familia de Luis XVI…
Los municipales[82] encargados de vigilar a la familia real se escandalizaban del buen trato que en tocante a comida recibían. Procediendo todos de las más ínfimas capas sociales, no concebían tal derroche y despilfarro.
Tal vez habrá entre mis lectores algunos que opinen lo mismo. Antes de juzgar téngase en cuenta lo siguiente:
En aquella época cualquier particular de mediana fortuna comía más platos en cada comida que nosotros en una semana; no necesitamos remontamos muy lejos para haber padecido esas interminables comidas familiares absorbidas a diario[83].
Para la regia e infortunada familia, nacida y criada en Versalles —la corte más fastuosa de Europa—, ese despilfarro era una mezquindad, y más aún para el servicio de bouche[84] que les había seguido, que no se avenía a control ni restricciones y que peleaba con los comisarios por sus exigencias e intransigencias resultando más papistas que el Papa…
La Asamblea había votado un crédito de 500 000 francos para atender a las necesidades de la infortunada familia …[85].
El personal de cocina afecto al Temple para el servicio de la real familia se componía de un jefe cocinero, Gagnié; de tres segundos jefes, de un ayudante, un pinche, un pastelero, un platero, un officier d’office[86], un fregón y tres mozos de comedor, encargados de servir a la mesa.
La familia real estaba separada por sexos: el rey y el Delfín ocupaban las habitaciones de abajo, y la reina, con las dos princesas, las de arriba. Tan sólo estaban juntos a las horas de comer, prolongadas con un rato de tertulia después.
A las nueve de la mañana el rey y el Delfín, escoltados por el municipal de guardia, se trasladaban al tercer piso para desayunar con la reina y las princesas. Los tres mozos de comedor: Turgy, Marchand y Chretien (todos ellos antiguos servidores de Palacio), y bien vigilados por los comisarios de turno, iban colocando en la mesa café, chocolate, una jarra con leche caliente, otra con leche fría y una tercera con nata; una botella de jarabe, otra de agua de cebada, otra de limonada; tres bloques de mantequilla, un frutero con frutas variadas, seis bollos de leche, tres panes blancos una azucarera con azúcar molida y otra con azúcar en pedazos y un salero con sal.
Los prisioneros eran, según atestiguan todos, «muy sobrios[87]». El rey ni tan siquiera se sentaba para desayunar; comía un corrusco de pan y bebía un vaso de limonada. Luego se lo llevaba todo el servicio, que era el que verdaderamente disfrutaba de tan opulento desayuno.
La comida tenía lugar a las dos de la tarde, en el comedorcito del segundo piso; no estaba calentado, pero, en cambio, se les servía con lujo. La mesa, después de haberse cerciorado los comisarios de que ningún conspirador estaba escondido debajo, era cubierta con un magnífico mantel sacado de la lencería del palacio del Temple[88]; encima se disponía el servicio de platos y cubiertos[89].
La comida se componía de tres sopas distintas, seis fuentes con manjares variados, seis asados igualmente distintos y cuatro postres de cocina.
Los viernes[90] y los días de precepto se servían cuatro guisos de vigilia, tres o cuatro grasos, dos asados y cuatro o cinco postres de cocina…
A diario, incluso los viernes, el postre se componía de un «plato de horno», tres compotas, tres cestillos de fruta variada, tres panes de mantequilla (suponemos que serían del estilo de los brioches, por gustarle mucho al rey).
El rey era el único que tomaba vino, y muy moderadamente; para que escogiese se ponía en la mesa una botella de vino de Champagne y otros tres botellines con vino de Burdeos, malvasía y Madera.
Los demás tan sólo bebían agua y para la reina se la traían de Villa de Avray[91] que era la única que la gustaba.
Luis XVI trinchaba las viandas —carne o ave— con una maestría insuperable y sus alimentos favoritos eran los pasteles (patés) rellenos de carne, ave o foie gras, así como los brioches. Clery, su ayuda de cámara, los encargaba semanalmente y eran servidos dos días consecutivos.
Los comisarios o municipales (era lo mismo) presenciaban la comida con los sombreros puestos. Algunos mostrábanse más comedidos pero la mayoría, fuese por oficiosidad o miedo, se portaban estúpidamente ordenando, pongo por ejemplo, el romper los huesos de los melocotones, no fueran a traer dentro algún mensaje, y otros mandaban aplastar y deshacer las pastas por igual motivo.
Pese a la vigilancia, los municipales viéronse a menudo burlados y sin saberlo ellos sirvieron de vehículo para traer y llevar órdenes y consignas. Lo que servía especialmente para ello eran los cucuruchos de papel que se empleaban entonces como tapones de las botellas de horchata y limonada.
En dichos papeles venía escrito con limón o con tinta invisible lo que convenía a sus partidarios supieran los reyes: Turgi, el mozo de comedor, solía entregarles el escrito con todo disimulo mientras quitaba los platos, etc.
No decimos nada de la cena, pues suponemos que sería parecida a la comida, y tanto el desayuno como la comida harían las delicias del servicio de «boca», así como la de sus familiares y amigos y seguramente la de algún comisario para que cerrase los ojos…