El cordero
No sabemos a ciencia cierta de dónde procede el cordero. Lo que sí nos consta es que el aprovechamiento de la lana es antiquísimo. La Biblia nos da muchas referencias sobre los grandes rebaños de los patriarcas. Jacob asó un cordero, Abraham sacrificó otro y Abel también lo hizo, de lo que se deduce que el cordero es tan viejo como el mundo.
Sin embargo, dícese que en los montes de Grecia, de Chipre, Cerdeña y Córcega existen algunos ejemplares de una raza de cordero casi extinguida, que se cree sea la estirpe primitiva.
Es muy grande y sus cuernos enormes. Los corderos de El Cabo, los del mar Caspio y los de Astrakán tienen unas colas muy gruesas que a veces pesan varios kilos.
Nosotros no tenemos por qué envidiar a nadie. El rey Don Pedro de Castilla importó corderos asiáticos, que tan bien se aclimataron a nuestro suelo que creamos una raza nueva llamada merina, que tanta fama proporcionó a las lanas de Castilla.
Los corderos fueron considerados como patrimonio de la Corona y por un cordero de pura raza se pagaba hasta 500 piastras.
Los hidalgos fueron adquiriendo corderos y se dedicaron a la cría en gran escala, lo que les proporcionó pingües ganancias.
En el siglo XV el rey de Inglaterra Eduardo IV consiguió de la munificencia del rey de España tres mil cabezas de esta hermosa raza. El traslado a Inglaterra y el cambio de clima dio una lana más larga y menos fina; pero los cuidados extremosos de que fue objeto, así como el exterminio de los lobos, permitió se criara y prosperara. Las lanas inglesas fueron bien pronto apreciadas, y para recordar siempre la importancia de esa industria se ordenó que en la Cámara de los Lores hubiera siempre a la vista un saco lleno de lana, sobre el que había de sentarse el canciller de Inglaterra. Ignoro si perdura esta costumbre, pero en tiempos de Napoleón I me consta, ya que llamaba siempre al canciller el «señor del saco de lana».
También España proporcionó a Francia corderos; la cría de corderos en Francia es muy importante, y en Normandía se ha creado una variedad llamada presale (prado salado) que es magnífica, pues la proximidad del mar le proporciona salitre, lo que la mejora notablemente.
En España tenemos corderos maravillosos; los que gozan de más fama son los de Burgos y Navarra, pero los hay muy buenos en todas partes.