Claude Gelee (Le Lorrain)
Pastelero y pintor, inventor de la pasta de hojaldre
Ajustándonos a los textos auténticos de M. Víctor Porro, que hizo un trabajo minucioso para reunir todos cuantos documentos le eran precisos relativos a la vida de Claudio Gelee, consiguió reunir una colección de libros que hablaban de este célebre pintor y pastelero. En los archivos de Turín, Vicence, Nápoles, Venecia, Roma, Toul, Nancy y París, obtuvo todos estos libros, sin contar los estudios en los archivos de todas estas ciudades.
Como pintor, dice una de sus biografías, Claudio Gelee, llamado le Lorrain, pintor, nacido en 1600 en Château de Chamague, cerca de Toul, en Lorena, muerto en Roma en 1682, empezó distinguiéndose mucho pintando paisajes y marinas. Para terminar de perfeccionarse se trasladó a Italia y embelleció de obras suyas la iglesia de los carmelitas de Nancy.
Luego volvió a Roma, donde pasó el resto de su vida.
En esta capital dirigió durante veinte años una escuela de pintura de donde salieron pintores muy nombrados.
Se admira sobre todo en sus obras la riqueza de su estilo y la gran belleza en todos sus coloridos.
Los principales cuadros de Claudio Gelee son los titulados El sacramento de David, El desembarco de Cleopatra, Vista de un puerto de mar a la puesta de sol, Madre Dolorata, Una fiesta de pueblo y, por último, una suite de 28 paisajes, que siempre fueron muy solicitados. Fue un excelente pastelero y un hábil grabador; le debemos el descubrimiento de la más bella creación de la pastelería, como es la pasta de hojaldre.
En sus primeros años manifestó su afición por la pintura, pero no pudo satisfacer en aquella época sus deseos por su extremada pobreza. A la edad de quince años fue colocado de aprendiz de pastelero en su pueblo natal, contra su gusto, pues no quiso contrariar a su familia.
Él se esforzaba en dar toda clase de cumplimientos a su maestro para satisfacerle, hasta que, pasados algunos meses, entró de lleno en la profesión que por imperiosa necesidad y en contra de su voluntad le había sido impuesta.
Cuantos ratos tenía libres los empleaba en dibujar; luego esos dibujos los reproducía en las piezas montadas, tartas y postres.
Su maestro, viendo su afición al dibujo, le dijo un día: «Tu vocación es ciertamente más bien de pintor que de pastelero. Mientras tanto aplica tu saber al oficio que desempeñas; quién sabe, dado tu amor al trabajo y tu espíritu, si podrás producir más y mejor que tus colegas, y hasta inventar…».
Y otra veces le decía:
—Nuestra profesión es, sin duda, algo pobre; pero algunos, Claudio, han descollado; y escúchame: tengo un presentimiento de que llegarás a ser un hombre superior y que enriquecerás nuestra profesión.
—Sea —le contestó Claudio—, para complacer a mi familia estoy dispuesto a escuchar vuestros consejos. Desde hoy ya no me serviré de mi lápiz, sino que me dedicaré por entero a la pastelería.
Un día, al final de su aprendizaje, Claudio amasaba pan; retiró de la masa unos 200 gramos, hizo con ella una bola, a continuación la estiró y puso en medio un pedazo de mantequilla. «Quiero —dijo a su maestro— hacer un bollo para mi padre, que está enfermo». Claudio no quiso escuchar a su patrón, que le aconsejaba amalgamar la masa y la mantequilla con las manos, pues, de lo contrario, esta última se escaparía fuera durante la cocción. A lo que Claudio contestó que la mantequilla, quedando completamente envuelta en el pan, no podría escapar si no se hacía un agujero ex profeso. Además añadió: «Es un ensayo que quiero hacer».
Grande fue su asombro al ver que el pan que había metido en el horno se había hecho una bola enorme…
A su padre le pareció excelente y muy delicado, suplicando a su hijo le volviese a hacer otro a la primera ocasión, lo que tuvo lugar unos diez días después.
Aprovechando una ausencia de su maestro, Gelee pudo operar a su capricho, poniendo en práctica lo que tenía meditado: operó como la primera vez, pero estirando la pasta y volviéndola a doblar sobre sí misma hasta diez veces; luego la aplastó más; el resultado fue el mismo, aunque menos subida.
Otro día se le ocurrió obrar igual, pero sin añadirle levadura; resultó más exquisito (iba acercándose a la pasta de hojaldre).
Como se ve, el descubrimiento del hojaldre fue laborioso, pues no consiguió la perfección hasta muchos ensayos.
A lo primero no comprendió que la delicadeza de la pasta era debida a la manera de doblarla, hasta que dio en el quid, que era el plegado alternado. No dijo nada de esto a su amo; éste enfermó y murió. Durante el período de su enfermedad Claudio hizo varios ensayos, sin alcanzar el perfeccionamiento que deseaba.
A continuación (1635) se colocó en Nancy, en la pastelería de Francisco Rotabant, donde por fin resolvió el problema de la pasta de hojaldre. Se lo comunicó al dueño, quien tomó la cosa a broma. En dicha pastelería había un ayudante, Luigi Mosca, que tenía un hermano pastelero en Florencia; le escribió describiéndole esta pasta. El hermano se presentó al poco tiempo en Nancy, y a fuerza de bellas promesas consiguió seducir a Claudio, marchando los tres a Italia.
Antes del año Angelo Mosca, hermano mayor de Luigi Mosca, habíase visto obligado a establecer tres pastelerías, a fin de atender a tanta demanda, marchando a grandes pasos a una gran prosperidad.
Monsieur Rotabant, el pastelero de Nancy, al enterarse del gran triunfo de Gelee en Italia, debido al descubrimiento del hojaldre que él había despreciado, se disgustó tanto que terminó matándose (eso dice la crónica).
Angelo Mosca pasaba en Florencia por ser el inventor de la pasta de Hojaldre (pasta stogliata), pero el único que sabía fabricada era Claudio. No quiso divulgar el secreto, y la elaboraba en una cueva libre de toda mirada. So pretexto de reforma, Mosca dio tres días de asueto a Gelee, y los aprovechó para practicar una mirilla en la cueva, a fin de sorprender el secreto de fabricación. Cuando regresó tuvo sospechas, pero no halló nada anormal.
Una vez que los Mosca se hicieron con el secreto decidieron deshacerse de él; para esto Angelo le invitó amigablemente a acompañarle a Nápoles, viaje que Claudio aceptó complacido; pero a la entrada de la población su coche fue asaltado por cuatro individuos armados, que se llevaron a Claudio mientras Mosca quedaba libre.
El pobre Gelee fue encerrado en un subterráneo, donde le tuvieron prisionero durante tres meses, no dándole para comer más que algún trozo de pan y pequeñas cantidades de agua, esperando se muriese[141] a fin de cobrar la suma convenida con Angelo Mosca.
Fuese por falta de aire o de alimento, él no se levantaba. Debido a esto, sus guardianes eran mucho menos activos en vigilarlo, y el pobre muchacho se veía morir. Pero el instinto de conservación o una esperanza de vida, viendo la ausencia de sus verdugos, registró todo el subterráneo, descubriendo un poco de luz natural; la tierra estaba húmeda, y por medio de una piedra angular, y con sus manos, hizo un boquete y pudo escapar de aquel antro.
Le costaba respirar el aire puro, pero el sol le daba vida. Llegó a Nápoles con un vértigo; sus piernas flaqueaban y no pudo continuar, cayéndose delante de una casa pequeña. Allí fue levantado, y cuando recobró el conocimiento se encontró en una buena cama, con un médico al lado, haciéndole compañía; le contó su desgracia. A pesar de los cuidados de que fue objeto, la fiebre se declaró; estuvo veinte días entre la vida y la muerte. En fin, la juventud y los cuidados dominaron la enfermedad y entró en convalecencia. El propietario de aquella casa, hombre de corazón y humanitario, era alemán y ejercía la pintura, habiendo adquirido gran celebridad en todo el reino de Nápoles. Claudio Gelee, agradecido de tanta bondad, y no sabiendo cómo demostrarle su inmensa gratitud, ofreció servir a su bienhechor por la alimentación, casa y ropa.
«Esto que he hecho por vos —le replicó el pintor— lo haría otras tantas veces; es cuestión de humanidad. Le agradezco sus ofrecimientos, mas no quiero abusar. Me he dado cuenta de que sois un artista; os tomo a mi servicio, pero como discípulo y ayudante».
Gelee permaneció con su maestro por espacio de cinco años. Durante este tiempo éste se aplicó en corregir sus defectos, queriendo resultara un gran discípulo suyo.
Murió el alemán, y Gelee quedó libre. Apresuróse a volver a Florencia a fin de saborear la terrible venganza que tenía premeditada hacia los dos hermanos Mosca, ladrones y asesinos. Pero se encontró que los Mosca habían perecido carbonizados en el terrible incendio de su establecimiento. El fuego tan sólo había respetado el letrero de la puerta, en el que Claudio pudo leer todavía: «Fábrica de pasta de hojaldre Mosca Angelo, inventor».
El fuego vengó de una manera terrible a Claudio Gelee de sus verdugos, que no habían retrocedido ante un crimen monstruoso para quedarse dueños absolutos de una invención que no era suya.
Gelee lo olvidó todo obsesionado por su arte, y he aquí el porqué durante siglos se ignoró el nombre del verdadero inventor del hojaldre. En Italia creían que era un tal Florentin.
Gelee se estableció en Roma, donde todos le conocían por el sobrenombre de El Rafael del paisaje; produjo hasta la edad de ochenta y dos años…
El gran Carême continuó la obra de Claudio, creando con la pasta de hojaldre el vol au vent; el gran pastelero Feuillet, el «mil hojas», y así sucesivamente, siendo incontables los pasteles y pastelillos confeccionados a base de la delicada pasta de hojaldre inventada por el gran pintor paisajista Claudio Gelee, más conocido por Lorrain.