Historia del café
El origen del café se pierde en la noche de los tiempos.
Dicen que fue importado al Yemen (Arabia): fijamente no se sabe desde dónde; pero la fábula de su descubrimiento como alimento la sitúan en el Yemen.
Ahmet-Effendi, el historiador árabe, cree que lo descubrió un derviche en el año 650 de la Hégira; pero a todos nos gusta más la leyenda del pastor y las cabras…
Un pastor hacía pastar sus cabras cerca de unos arbustos, y cuando así lo hacía comprobaba que sus cabras, después de haberse alimentado con las bayas de esos arbustos, se ponían como locas, saltando, triscando y, sobre todo no dormían de noche. Extrañado, el pastor probó esa fruta, y le sucedió lo mismo: que no durmió; el pastor participó su descubrimiento a un derviche, y éste lo divulgó… Pero no se generalizó de pronto la consumición del café: tardó bastante, no haciéndose intensiva hasta el siglo XIV.
Únicamente el físico médico árabe Rhages hace mención de esta planta en el año 900.
Al principio se consideró el café como un alimento; se pulverizaban los granos y se mezclaban con un líquido y se echaba la pasta en un molde; esta sustancia era muy alimenticia, y la tomaban frecuentemente las tribus errantes del desierto africano; uno de estos moldes constituía la ración de un día.
Son muchos los que opinan que el café es originario de Abisinia y el Sudán… La leyenda atribuye el conocimiento de sus condiciones como bebida a Shestk Omal, en el año 1125; pero Seit Gemal-Edin, hacia 1454, lo hizo pasar de Abisinia a la Arabia, y de ésta a Ceilán. El café desde su aplicación como bebida fue perseguido por las autoridades musulmanas. En 1511 el consumo fue severamente prohibido, y este anatema fue lanzado desde la ciudad santa de la Meca.
Nota: ¿A quién se le ocurriría tostar los granos de café? La Historia no lo dice.
La afición no disminuyó; al contrario, se incrementó, y Yheimi de Pamas estableció en 1554 el primer café en Constantinopla; pero continuaron las duras persecuciones, y en el año 1570, por motivos políticos y fanatismo religioso, se prohibió su consumición bajo pena de muerte.
El vicio del café llegó en Constantinopla a un grado tal que los imanes se quejaban que las mezquitas permanecían desiertas mientras los cafés estaban llenos sirviendo de centros de reunión. Amurat III concedió que se consumiese a domicilio, pero a puertas cerradas.
El primer europeo que mencionó el árbol del café fue Próspero Alpin de Padua, que acompañó a un cónsul de la República de Venecia a Egipto; el libro está escrito en latín y dedicado a José Mazime.
En Europa se introdujo por primera vez en el año 1582. Los venecianos lo traían en grandes cantidades, y bien pronto los italianos comenzaron a probar el café, y se entabló una reñida polémica por cuestión de tolerancia, poniéndole en entredicho por ser de origen musulmán y consumido por los turcos. Algunas autoridades eclesiásticas quisieron condenarlo, mas el objeto del litigio fue dado a probar al Papa Clemente VII, a quien gustó, y acertadamente autorizó el brebaje.
El uso del café se extendió en Europa a partir del siglo XVII, y el griego Conopios abrió el primer café inglés en el año 1652, en la ciudad de Oxford; Londres siguió el ejemplo, y en 1663 abrió su primer Coffee-House, en Saint Millael Ally Conchild.
Monsieur de Besson, general de Artillería, fue el que regaló el primer cafetal que se trajera a Francia al Jardín de las Plantas; pero no prosperó, y para sustituirlo, M. Brancastre, burgomaestre de Amsterdam, envió otro, que Luis XIV hizo plantar en su jardín de Marly.
La consumición del café como bebida se implantó tan bruscamente y se incrementó tanto que promovió el consabido revuelo entre los médicos y las enconadas discusiones de siempre. Pero, pese a sus detractores y a la persecución de las autoridades y a la prohibición del cuerpo facultativo, que lo creía pernicioso para la salud, el café se impuso en toda Europa, siendo el brebaje más estimado, especialmente por las clases pudientes, y más aún por los intelectuales.
Los venecianos fueron los introductores del café en Europa, siendo conocido en Francia en 1657. En 1669 el suntuoso embajador turco en París, Solimán Aga, puso de moda el café; habíase traído con él cantidades enormes de ello, y todo se vendió alcanzando altos precios: hasta 40 escudos la libra (el escudo equivale a unas cinco pesetas de nuestra moneda, y la libra de París, alrededor de los 400 gramos). Vemos que el embajador turco, además de diplomático, sabía ser comerciante…
Luis XIV había ya probado el café en 1644 y lo rechazó, así como el chocolate y el té.
En 1671 se abrió el primer café público en Marsella. En 1676 un armenio de nombre Pascale estableció un café en la feria de Saint-Germain, de París; luego lo trasladó al quai de l’École, e hizo fortuna. Pero fue en el comienzo del siglo siguiente cuando un siciliano de nombre Procope lo puso de moda en la feria de los cafés, atrayendo a su establecimiento la mejor sociedad porque daba buena mercancía; terminada la feria, abrió un café enfrente del teatro de la Comedie Française, que fue lugar de cita de los apasionados de espectáculos y campo apropiado para las disputas literarias; es en ese café donde Voltaire pasaba dos horas diarias.
La introducción del café en Bélgica data de la misma época, y en aquel entonces, o sea en 1789, Londres tenía 2000 cafés abiertos, yendo a la cabeza de todas las capitales; París, 699; pero ya en la revolución alcanzó el número de 900 y en 1843 registraron 3000.
La célebre epistolaria Mme. de Sevigné resultó mala profetiza cuando escribía: «Racine pasará de moda, como el café», pues no acertó con ninguno de los dos, pues hoy día el café es de uso general y mundial y Racine no ha pasado.
En 1711 se fundó en Amsterdam la primera casa importadora de cafés[37]. En Alemania encontró grandes dificultades para ser admitido[38]. Bajo el reinado de Federico II de Prusia, llamado el grande, la venta del café convirtióse en monopolio real, y había oficiales especiales encargados de descubrir los torrefactores clandestinos [39].
No nos sorprende nada esa persecución y que se hiciera el dueño con su «Monopolio», después de lo que vemos en la siguiente anécdota:
Habiéndole hecho observar a Federico II que el abuso del café alteraba su salud: «Lo sé —dijo—; por eso he hecho una gran reforma en este artículo: ya no bebo más que cuatro o cinco tazas por la mañana y una cafetera después de comer».
El rey Carlos I de Inglaterra, el que mató (le hizo cortar la cabeza) a Cromwell, trató igualmente de extirpar el uso del café en sus Estados, pero el edicto se revocó once días después de promulgado.
Luis XIV envió a la Martinica la primera planta de café que se conoció en América, y desde allí se propagó rápidamente por todos los paises tropicales del Nuevo Mundo. Por las ventajosas condiciones de aquel suelo llegó su producción a tal importancia que abastecía a toda Europa, y desde 1808 su venta adquirió verdadera importancia en el comercio mundial.
Y he aquí un bello gesto de la historia del café:
El capitán Gabriel de Chen, encargado por Luis XIV de transportar la primera planta de café a la Martinica en 1685, compartió con ella, durante el curso de una travesía larga y penosa, la mitad de su ración de agua, muy mermada por lo largo de su travesía; fue así que a costa de grandes privaciones y sacrificios pudo cumplir su misión; la planta llegó vivaz a la Martinica, pudo plantarse y prosperar, siendo sucesivamente introducida en 1715 en Haití y en 1752 en Río de Janeiro, y en el transcurso de las décadas siguientes se cultivó en todos los países productores hoy día de café.
Actualmente todos los pueblos civilizados lo consumen a diario; a lo primero las dificultades del transporte y el precio excesivo del producto impidió que se propagara con mayor rapidez. Las clases adineradas tan sólo podían aprovecharse de sus beneficios. Es de lamentar que el clima de Europa no sea propicio al cultivo del café. Sin embargo, hoy es una bebida universal y se consume en cantidades enormes; a pesar de ello la producción sobrepasa a la consumición.
A partir del siglo XVIII el producto está lanzado; los sitios donde se toma son considerados como sitios de reunión, donde acuden los hombres más célebres. En cierto modo venían a ser salones donde se fumaba, se hablaba, se discutía y se conspiraba, siendo los centros activos de todas las revoluciones.
* * *
Conocida de todos es la oportuna e ingeniosa contestación que Fontenelle dio a un amigo suyo.
Entró éste en la habitación del célebre filósofo y solterón empedernido, y al verle que se disponía a tomar una taza de café caliente preparado por él mismo, exclama atónito el amigo:
—¿Qué va usted a hacer, Fontenelle? ¿Ignora usted que el café es un veneno lento?
—Muy lento —contestó el filósofo—, puesto que hace ochenta años que lo tomo a diario.
Veneno lento, así dieron en llamar al café en aquel tiempo. Lo que sí está fuera de dudas es que favorece las facultades mentales con detrimento de las genésicas.
Pero, a pesar de cuanto de malo se le imputa, el café es magnífico estimulante del cerebro y un facilitante de la producción, así que no me sorprende que Voltaire, Balzac, Musset, etc., acudieran a él.
El café era la bebida favorita de Zimmermann, pero le ponía en un estado lamentable de melancolía. «Para mantenerme despierto —decía a Carlos Pougens— tomo diez tazas de café al día, y en la última echo un poco de sal para que obre más enérgicamente». Interrumpió sus estudios un ataque de ceguera, y así terminó la prueba de lo que podía producir su cerebro sobreexcitado.
Michelet se levantaba a las seis de la mañana, bebía café y comenzaba su trabajo; trabajaba seis horas, bebiendo café de cuando en cuando. Decía que el café le sostenía. «El café le exaltaba». Lo comprobamos en su estilo, lleno de llamaradas, pero también de sacudidas febriles.
Claudio Bordelieu, el joven y ya célebre médico, que debía conocer mejor que nadie a lo que se exponía, bebía mucho café para mantenerse despierto y poder continuar sus estudios; cuando se vio atacado de insomnio tomó opio para procurar descanso a su cerebro, mas no existe constitución que pueda soportar este régimen, y el brillante médico murió en edad relativamente temprana.
La acción tóxica del café trastorna la función del corazón hasta un punto fatal.